Primera Parte:
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Nunca le
presté demasiada atención a los sueños. Hasta hace unos meses. Todo empezó en
una pequeña oficina casi vacía. Un escritorio, un velador, algunos papeles y un
hombre calvo sentado. Y el timbre del despertador me devolvió a la realidad. ¡Qué
sueño tan raro! Pensé; luego seguí con mi rutina.
La
pesadilla se repitió al día siguiente. Suele pasar, así que nuevamente la pasé
por alto. Pero volvió a suceder una tercera y una cuarta vez. Se me agotó la
paciencia, ya no lo soportaba. Nunca un cambio, nunca algo nuevo. Siempre la
misma escena, la misma mirada acusadora... Me seguía a donde fuera, pero sin
moverse del asiento.
De modo
que al despertar tomé un lápiz y algunas hojas, y las palabras fluyeron como con
vida propia. Al finalizar me encontraba frente a una historia de aspecto
prometedor.
A la
quinta noche me volvió a pasar. Esta vez, tres personajes nuevos de frente al mismo
hombre en un páramo diferente:
Parecían
monstruos con sus deformes garras, enterradas en los brazos de una persona que
era más un despojo gimoteante. La víctima miraba con súplica a aquel rostro
inexpresivo, cuyos labios únicamente expresaron:
—Hagan
lo que quieran.
Y ellos
arrastraron al manojo de lágrimas a las penumbras. Primero se oyeron sus gritos
ahogados en la oscuridad, luego sólo hubo silencio.
El
personaje de cabeza calva paseó la vista por la habitación vacía. Hasta que se
fijó en mí. Había cierto desconcierto en su mirada que me hizo pensar que no
podía verme, pero estaba seguro de que él sabía que yo estaba ahí. Esa sensación
se hizo realidad cuando por fin habló de nuevo.
—Ya
falta poco –me dijo.
Otra vez
la alarma. La luz de la mañana llenó de alivio mi dormitorio.
Más
tarde, cuando quise escribir lo que había soñado, el corazón volvió a latirme
con fuerza, como si quisiera escaparse de la prisión de mi pecho (justo igual
que cuando me había despertado). Era increíble la violencia con la que me
temblaba la mano, la fiebre aumentaba sin parar y de mi frente se desprendían
enormes gotas de sudor.
Algo me
decía que no debía escribir esas líneas, pero mi dieta se basaba en un desayuno
de rebeldía, y terquedad como cena. Los dedos tecleaban sin cesar.
Quizá,
si mis padres me hubieran enseñado el valor del miedo durante mi niñez, hoy no
estaría metido en este embrollo. Desgraciadamente no fue así. No soy valiente,
sólo estúpido.
***
Estoy
soñando de nuevo, eso lo sé. El verdadero problema ¡es que no sé cómo despertar!,
necesito hallar algo muy importante. Eso creo.
Camino a
ciegas, recorriendo algún lugar desconocido. Me da la impresión de estar en
alguna caverna, cuya oscuridad es tan impenetrable como las paredes que me
rodean. El eco de mis pisadas es el único sonido audible, casi puedo tocar el
silencio.
Mi
alrededor es tan estrecho que alcanzo a rozar su aspereza con los dedos a media
extensión de los brazos.
No tengo
forma de medir el tiempo, salvo tal vez por el ritmo de mis pasos. Alrededor de
cien izquierdas y casi ningún cambio. No puedo comprobarlo, pero me da la sensación
de que voy cuesta abajo.
Cerca de
doscientos pasos más y esto parece no tener fin. Esto ya empieza a perder todo
sentido (si es que alguna vez lo tuvo). Pero inexplicablemente algo me dice que
debo seguir hacia adelante.
Ya llevo
como seiscientas derechas. Esto es el límite ¡quiero salir, no llegar hasta el centro
de la tierra! Doy media vuelta y regreso sobre mis pasos. Ahora es cuesta
arriba, pero eso no me impide empezar a correr. ¿Qué importan los pasos ahora? ¡No
pienso detenerme hasta la salida!
Casi
puedo sentir la brisa fresca del exterior, imagino el sonido que haría el
viento soplando a través de un cañaveral. Desde afuera me llega el murmullo que
produce. ¡Realmente puedo escucharlo!
Aprieto
el paso y el sonido se vuelve cada vez más nítido. Un chasquido. Eso debería preocuparme,
pero veo algo de luz. Una alerta se activa en el fondo de mi mente. No parece
luz diurna. Ese resplandor… algo no es correcto en él. Más bien parece provenir
de una hoguera. Fuego.
La
desconfianza aumenta a la misma medida en que disminuyo la velocidad. Los murmullos
no son de origen vegetal, sino de algún animal capaz de encender fuego.
Hombres,
¿serán salvajes?
No puedo
detenerme ahora. Quizá esas personas puedan ayudarme a salir. Debo avanzar. En
cualquier caso, seré sigiloso.
No
recuerdo bien en qué momento dejé de respirar. El horror paralizó mi cuerpo por
completo. Mis piernas estaban clavadas en la dura superficie de la cueva; los
brazos me colgaban inertes.
¿Salvajes?
Ojala lo hubieran sido. Reconocí a las temibles bestias enseguida. Se estaban
alimentando... ¡De cadáveres humanos!
Las
garras larguísimas, y afilados dientes ensangrentados. Todos ellos enterrados
en la carne en medio de un frenesí alimenticio.
Me ignoraban
justo como lo habían hecho la última vez. Se concentraban en engullir con
voracidad. Sólo pude quedarme callado; los gritos tendrían que salir en otra ocasión.
Cualquier sonido podría distraer su atención hacia mí.
¡Y no
quería ser el próximo!
Mi corazón
no entendió el mensaje. Latía desbocado, haciendo un ruido inimaginable. Aún
más increíble era que esos monstruos no oyeran el intenso tamborileo. Mejor no tentar
la suerte. Intento retroceder un paso con sumo cuidado pero…
¡CRACK!
Las
astillas del hueso que pisé dieron un salto hacia las paredes para terminar nuevamente
en el suelo. Es mi perdición y no lo estoy suponiendo. Una de las aberraciones
gira la cabeza en mi dirección. Por un instante tuve la loca ilusión de que esos
ojos bestiales no me vieran. Pero obviamente no estaba de buena racha.
El
sigilo ya no tenía sentido. Me di vuelta y me dispuse a correr con todas mis
fuerzas, incluso si las esperanzas de escapar fueran nulas. La primer zancada y
escucho un tintineo. Medio paso más y mi cara se aplasta contra el suelo. No
tengo tiempo de entender bien lo que
sucede cuando me llega el ataque de los asesinos...
Un grito
y mis ojos se abrieron de repente. ¡Debo escapar, NO QUIERO MORIR! Atino a
correr pero nuevamente me desplomo contra el suelo alfombrado.
Los
alaridos escapan de mi garganta llevándome el corazón a la boca. Me falta el aire,
este es mi fin…
Pero, en
algún momento dado, mi cerebro entiende, que lo que apresa a mis pies está
hecho de tela. Y son las sábanas de mi cama. Fui víctima de mis propias
pesadillas.
Otra
vez.